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 • ACTUALIDAD EN AL NORTE

11

Nov

2003

Al Norte

Semana Nacional de Arte Contemporáneo

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Cuando el arte no entra por los ojos
El artista plástico Francisco Fresno enseñó a niños de 6 a 12 años
a pintar con el rostro vendado


«Cuando era algo mayor que vosotros leí una biografía que me impresionó. Era de una mujer, Hellen Keller. Sufrió unas fiebres que la privaron de la vista y el oído y tuvo que aprender a vivir sin ellos». Francisco Fresno resumía así, ante el grupo de niños que le atendía con los ojos como platos y los oídos abiertos al máximo, cómo se le ocurrió la idea de crear ‘El plotter ciego’, una actividad que, dentro de los talleres ‘Arte para los niños’ incluidos en el programa de ‘AlNorte’, se desarrolló ayer en la galería Espacio Líquido.

El ‘plotter’, explicaba Fresno, es una máquina de dibujo asistido por ordenador. Consiste en un rollo de papel que se va extendiendo mientras la impresora dibuja sobre él lo que le dicta el ‘software’. Los niños que ayer participaron en el taller se convirtieron en ‘plotters’ vivientes. Eso sí, no les asistía un ordenador, sino sus propios compañeros.

El procedimiento era sencillo: los niños se ubicaban en parejas y entre ellos se intercambiaban el papel de impresora y el de ordenador. El primero se tapaba los ojos y, ayudado del otro, debía reproducir en una lámina el modelo que Fresno había dispuesto en la cristalera de la galería.

Y seguían dos métodos: primero, el ‘ordenador’ daba las órdenes de viva voz; después, cogía una mano de su ‘plotter’ e iba guiándola sobre el modelo mientras la otra dibujaba, en la lámina contigua, una reproducción que, huelga decirlo, nunca resultó totalmente exacta. Y eso que los modelos eran distintos según el procedimiento que se siguiese. Aquellos que el ‘ordenador’ optaba por reproducir a viva voz eran figuras geométricas. Los que recibían ayuda manual consistían en contornos de figuras rupestres.

«Jo, es que es muy difícil...» Los ánimos flaqueaban entre los chavales tras ver el dibujo que Ángela, la primera valiente en exponerse a la ceguera voluntaria, había logrado pergeñar. Tenía que reproducir un modelo geométrico similar a unas escaleras que descienden, pero lo que salió fue un dibujo que no despreciaría el Picasso más adscrito al cubismo. «Lo importante», templaba los ánimos Fresno, «no es que se parezca al original. Esto hay que verlo como una experiencia, no como una prueba». Los improvisados artistas se calmaron un poco, aunque sus miradas delataban que no parecían tenerlas todas, lo que se dice todas, consigo.

Un minuto de visión
La actividad, además de para divertirse, también sirvió para entablar una reflexión sobre los sentidos y lo que supone la carencia de alguno de ellos. Fresno, en un paréntesis de los juegos, formuló a su reducido pero entusiasta auditorio una pregunta ‘envenenada’: «Si perdierais la vista y os diesen la oportunidad de recobrarla durante un minuto, ¿qué os gustaría ver?» Uno o dos segundos de silencio. Después, la primera respuesta, tan espontánea como inesperada: «¡La televisión!».

No fue la única. Los doce niños, de entre 6 y 12 años, se soltaron pronto: «¡Nuestro retrato!», «¡Mi cara en un espejo!»... Unas respuestas que diferían un tanto de la que Fresno esperaba. «¿Sabéis qué es lo que les pasa a las personas que se quedan sin vista?», interrogó al auditorio.

Se hizo un breve silencio antes del «nooo» general. «Pues que poco a poco van olvidándose de cómo eran las caras de sus familiares y seres queridos; como dejan de verlas, poco a poco se quedan sin memoria»... Siguió la actividad, pero la siguiente niña que se vendó los ojos lo hizo con gesto más grave.

 
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