P.
Merayo
Primero
ordenó a sus alumnos de AlNorte en un círculo del
que él participaba. Luego empezó a hablar. Lo hizo
con su voz de Tomelloso, lugareña y apacible, pero también
con su manos de pintor, inquieto y perfeccionista. Igual que unos
pinceles ante una tela, las manos de Antonio López iban y
venían describiendo los compases de su entusiasmo. Todos
le escuchaban, pero, al principio, no todos le seguían.
Tuvo
que explicar el pintor más reconocido de la segunda mitad
del siglo XX que plasmar la realidad, usando la fotografía,
como herramienta intermedia entre ésta y el lienzo, «acorta
el camino y empobrece el proceso creativo», además
de mermar «el sortilegio de la pintura».
«Se
imaginan la cantidad de momentos que hay tras cada una de las virtudes
de 'Las hilanderas', de Velázquez. La mayoría hubieran
quedado sesgados por una instantánea fotográfica.
Un pintor necesita enfrentarse a la realidad para contarla. No hay
que tener miedo y no se debe tener prisa», dijo.
Contestaba
así López a una alumna que alardeaba de hacer uso
de las «técnicas de su siglo» al hacer de la
máquina de fotos elemento imprescindible de su proceso creativo.
Se
vio obligado también a desmenuzar la más clásica
de las relaciones entre el hombre y el arte. «Cuando escucho
a Bach, él me habla y cuando observo a Vermeer me doy cuenta
que hemos entablado una relación que no tiene fin».
«Es»,
dijo, «una conversación», en la que lo único
que cuenta es el cruce de energías emocionales que no concede
más lugar al conocimiento y la razón, que a la misma
vida y los sentimientos.
En
este punto Antonio López se encontró con otro debate.
Una alumna defendía que el hombre era más cuanto más
supiera. Él aseguró que había ejemplos de esa
certeza y modelos de todo lo contrario, pues, «hay un arte
que nace del conocimiento y otro de la vida». Y para afianzar
lo dicho, dos ejemplos: La obra global de Marcel Proust y una sola
novela de Emily Brontë, 'Cumbres borrascosas'.
Conocimiento
y emoción
Al
final, una única conclusión, «la cultura no
salva». Puede allanar el camino, pero no redime, como no redime
el oficio a un pintor «que no tiene más lenguaje que
su habilidad».
El
director del segundo taller de artistas de la III Semana Nacional
de Arte Contemporáneo, que se prolongará hasta mañana,
bajo el título 'Conceptos de la pintura', asumió como
buenas todas las posibilidades que le presentaron sus alumnos. «Lo
importante», dijo «es hacer un lenguaje a medida de
nuestras necesidades» y hacerlo sin evitar «el riesgo
que es intrínseco a esta profesión y consiste en decir
tu palabra».
La
habilidad no basta
Contó
Antonio López que el arte, además de una búsqueda,
es una pregunta constante. Confesó que él mismo, cuando
se dio cuenta de que «con la habilidad no bastaba, que había
algo más que descubrir», empezó a interrogarse.
«Me pregunté ¿qué es hacer arte? y en
esa duda estoy todavía», dijo. «De vez en cuando»,
siguió, «he visto arte en los niños, en los
locos, en las cuevas de Altamira, en Chillida y, a veces, en Tàpies.
Y sigo preguntándome».
Los
motivos para dudar son infinitos, siguió apuntando el creador
que inmortalizó la 'Gran vía' madrileña. «Pero
hay que disfrutar de la duda. Yo la amo y por eso no me hace sufrir».
La primera jornada de Antonio López en su taller estuvo plagada
de grandes sentencias. Todas defensoras del arte al que «a
estas alturas» considera «como una energía emocional».
Referencias
En
su recorrido por los recovecos de su pasado y presente se detuvo
varias veces en varios nombres. Velázquez, Vermeer, Caravaggio
y Giacometti fueron referencias constantes, como también
lo fueron Lorca, Santa Teresa o Mozart. Y es que Antonio López
cuenta la pintura con los acentos de todos los lenguajes. Antes
de cerrar las primeras puertas del taller, dejó que hablaran
las diapositivas y volcó sobre la pared del Centro de Cultura
Antiguo Instituto algunas obras propias y otras ajenas.
Por
la tarde, la pantalla volvió a encenderse, pero esta vez
no con filminas, sino con cine. López presentó la
versión crecida de 'El sol del membrillo', película
de Víctor Erice premiada en Cannes (1992).
Narra
esta cinta la obsesión del pintor en la plasmación
de cada detalle, de cada hoja, de cada rama. Cuenta, al fin, la
búsqueda de la verdad y de la belleza en un mundo extraño
tras la que camina Antonio López. Utilizando conversaciones
sin guión previo del pintor con su familia y amigos, Erice
le muestra pintando lentamente las luces y las sombras de un árbol
en su jardín.
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