P.
M.
«Hubo un tiempo en que los artistas hablábamos de arte».
Se expresaba así el escultor Sergi Aguilar y sus palabras
sonaban a centímetros de Antonio López, a segundos
de que su voz confesara otro lamento: «En el comienzo compartíamos
todos, Saura, Millares, Chillida y Lucio Muñoz, un mismo
lenguaje, una misma experiencia vital. No sé que pasó,
ni dónde se produjo la ruptura».
Hablaban
López y Aguilar ante los mismos micrófonos, en una
sala del Centro de Cultura Antiguo Instituto abarrotada, que recibía
así, sin espacio para albergar más interés,
el ecuador de la III Semana Nacional de Arte Contemporáneo
de EL COMERCIO, AlNorte. En ese escenario los artistas acusaron
un cambio de intereses gremiales, el final del diálogo entre
artistas. Pero ese fue el único frente común en las
disertaciones del escultor catalán y el pintor manchego.
A
partir de ese punto, la voz de Antonio López se centró
en el relato de su experiencia personal como máximo defensor
del realismo figurativo que se considera «un pintor moderno»,
y la de Aguilar, en la explicación de por qué a estas
alturas de siglo seguimos hablando de los diferentes estilos.
Contó
así el primero que, desde sus tiempos en la Escuela Superior
de Bellas Artes, ha sufrido lo que llamó la «tiranía
del gusto», y se preguntó, una y otra vez, por la razón
que ha llevado a críticos y compañeros de oficio a
invitarle a «cambiar su lenguaje, en beneficio de algo más
rompedor, más novedoso».
Dicho
esto, el escultor catalán regresó a una teoría
personal sobre el parón que en España supuso para
el arte la dictadura. «Mientras en el mundo se hablaba de
vanguardias y éstas avanzaban, en España se vivía
un periodo gris. No podemos, por tanto, pedir que, al romperse esa
época oscura, todo se entienda de repente».
Creía
Sergi Aguilar contestar así a López. Pero éste
insistió en que en España se entiende lo mismo que
en el resto del mundo y aquí las dudas son idénticas
y que lo único que ahora mismo es cierto es que «el
arte es un misterio que no sabemos en qué reside, un misterio
en el que creemos como en un dogma de fe».
Aseguró
también el afamado creador manchego que ese misterio era
compartido por todos en tiempos de Roma, cuando «tanto los
cultos como los ingenuos sentían placer por el arte. Unos
lo disfrutaban de una forma, los otros de otra. Unos apreciaban
unas cosas y los otros, otras. Pero está claro que la creación
era un gusto colectivo».
En
ese sentido aseguró que, a diferencia de otras disciplinas,
el mundo del arte, en lugar de crecer sobre sus propias estructuras
las ha destruido. «Pero el cambio no ha traído sólo
esa pérdida del arte como un concepto de todos, también
hay algo positivo. Ahora son más los artistas personales.
Crece el arte individual y con él el misterio».
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