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 • ACTUALIDAD EN AL NORTE

14

Dic.

2005


Al Norte

Semana Nacional de Arte Contemporáneo

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Mojardín muestra técnicas de planchas elásticas
a un grupo de futuros grabadores
El creador asturiano reunió en torno a sus conocimientos
a 15 entusiastas alumnos de la Escuela de Arte



P . Merayo

Mientras Carlos Franco se acerca al ecuador de su taller, que hoy culmina, enfrascado en la creación con sus alumnos y alumnas de un mural de 12 metros, Ricardo Mojardín iniciaba su aventura en Oviedo. La Escuela de Arte encendía las luces que a diario se contagian apagadas del silencio de las aulas para que el artista asturiano mostrara a 15 aprendices de grabadores las técnicas «inéditas» de planchas elásticas.

Para empezar el taller, cada cual hubo de crear sus propias intenciones, dibujandolas primero sobre tabla y arañándolas, después, con una gubia.

La líneas retorcidas, las curvas insinuantes y la escasez de figuración (aunque hubo un conejo con todas sus orejas entre las propuestas) marcaron la pauta mayoritaria de los trabajos. No hubo, sin embargo, encuentro en los ritmos, pues no lo hubo en la dificultad de las propuestas. Unas mucha más laboriosas y atrevidas que otras.

Mientras un grupo se dejaba llevar por las mezclas de tintas de ofset (pintura para grabados) en las que se aplicaba Mojardín sobre una mesa acristalada con habilidad y espátula para guiar el segundo paso del taller, otro seguía aún surcando su tabla-plancha para conseguir acabar la primera parte del encargo.

Noé Tuero era uno de ellos. Pero no por lentitud de trazo, sino por ambición. El joven grabador, alumno como sus compañeros de taller de la Escuela de Arte, quería llevar a su tabla una suerte de complicadas geometrías, que le pedían medir, calcular y arrastrar la gubia con sumo cuidado.
A su espalda trabajaba también en complicados vericuetos de grabado Jésica Soane. En frente, el resto de alumnos compartían ya con Mojardín la primeras magias del tórculo, el rodillo por el que, a una elegida y determinada presión, se hace pasar la plancha trabajada, el papel en el que aparecerá el grabado y, entre ellos, una tela entintada.

La aportación
Ese último elemento, que Mojardín llama «mantilla» es el que aporta el creador al conocimiento de los grabadores. Les hacía elegir una entre un montón de texturas. Todo vale, desde un fragmento de mosquitera, hasta un pedazo de plástico recauchutado.

A la selección le sigue la aplicación de tintas. Primero el maestro, después cada alumno, recorrían con un rodillo manchado sin excesos la materia elegida. Y es esa la que traslada la pintura al llegar entintada al tórculo, donde se coloca cara a cara frente al papel de grabado. Al dorso de ésta, aplicando sus surcos sobre ella, la plancha de cada artista. Terminado el trabajo que convierte las marcas arañadas, a las órdenes de una suerte de timón, en las únicas ausencias de pintura sobre el papel grabado, los autores definían lo ocurrido en términos de alquimia. A todos gustaba todo lo que salía del tórculo, al que le sometían, cada vez, un reto mayor.

«Ahora evitamos la plancha y colocamos la mantilla», ya cargada no sólo de tinta, sino también de información. Y resultado, que nadie esperaba, es un negativo de la creación anterior. La práctica hace mella teórica y los alumnos se aplicaban, ya al final de la tarde con rapidez. Hoy el taller sigue y la labor del día será investigar las posibilidades de otras materias.

Pablo de Lillo abre taller en Avilés

Pablo de Lillo cierra hoy el triángulo de los talleres de artista. Su cita es en la Escuela de Arte de Avilés, donde emprenderá hoy y culminará el viernes un encuentro teórico práctico sobre las derivas ornamentales. Le esperan en las aulas de la Escuela 20 artistas que aspiran a saber más y aprender mejor.

De Lillo es uno de los jóvenes artistas asturianos con mayor proyección, que en los últimos años ha venido sorprendiendo a propios y extraños con su singular manera de entender la composición plástica.

 
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