El Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón albergará
esta noche la última conferencia del seminario ‘Hibridaciones’
de AlNorte’05. En esta ocasión se debatirán
las relaciones entre las artes plásticas tradicionales y
el medio cinematográfico, de la mano de uno de los mejores
especialistas del país. Se trata de Antonio Weinritcher,
profesor de la Escuela de Cine y la Universidad Carlos III de Madrid,
crítico cinematográfico en distintos suplementos culturales
y autor de varios libros sobre nuevo cine documental, cine ‘negro’,
cine americano y sobre autores como Win Wenders, Bigas Luna o Egoyan.
Su ponencia, titulada ‘El cine en el museo’, comienza
a las 19.30 horas.
–Hoy nos hablará de las relaciones entre el
medio cinematográfico y los espacios expositivos, concretamente
de los museos. ¿Cuál es el eje de este discurso?
–La idea es partir de la existencia de dos orillas por entre
las que fluye lo que llaman el audiovisual: la institución
del cine, recelosa de lo ‘demasiado artístico’,
del formalismo, de la experimentación, al menos desde que
el paradigma moderno fue cancelado por el pos-moderno, y de la institución
museística, tradicionalmente centrada en el videoarte y la
instalación, pero que ahora se interesa cada vez más
por todas las formas de la imagen en movimiento. Incluso ha descubierto
el atractivo de la representación directa de la realidad
del cine documental. Desde la orilla en la que me sitúo,
la del cine, trato de asomarme a la otra; y el ‘puente’
más lógico para hacerlo es el del cine experimental,
sobre el que se centra.
–¿En el cine actual se tiene muy en cuenta
la estética y, concretamente, sus relaciones con las artes
plásticas tradicionales? ¿O el cine y el vídeo
se conciben como nuevas disciplinas creativas?
–La grandeza del cine ha sido que ha construido su lenguaje
y su elevado grado de resonancia con elementos mercenarios, con
poco ‘pedigrée’ artístico. Sus relaciones
con las Bellas Artes han sido vistas con sospecha, porque sus medios
eran otros y porque su público no estaba necesariamente interesado
en el arte. Hay muchas más biografías de músicos,
por ejemplo, que películas construidas según un principio
musical o serial. Las excepciones a esto caen del lado de los que
trabajaron en la periferia de la industria. E incluso estos cineastas
tenían una actitud, no digo talento o capacidad, mucho menos
deliberadamente artística que quienes empezaron a emplear
el video dando lugar al ‘video-art’. Una idea artística
radical del cine es más fácil de encontrar entre estudiantes
de Bellas Artes que en una escuela del cine.
–¿Qué ejemplos podríamos aportar
al público, como 'estrellas' de este panorama actual? ¿Qué
directores o películas?
–Hay movimiento desde las dos orillas. Cineastas como Peter
Greenaway, Chantal Akerman, Egoyan y Chris Marker han estado trabajando
en proyectos audiovisuales para ‘colgar’ en el museo.
Y hay muchos artistas. Matthew Barney es el nombre de moda, el Warhol
del momento; pero también está Bill Viola, que usan
la imagen en movimiento en un sentido quizá más cercano
al cine, pero sin hacer nunca películas narrativas convencionales.
–¿La situación internacional es comparable a
la española? Me refiero a artistas, movimientos, centros
multimedia...
–No sería capaz de dar una respuesta global. Sé
que en las bienales de arte se proyecta cada vez más vídeo
y que los museos tienen un renovado interés por el audiovisual,
incluso como decía por el formato documental. Como decía
alguien, el que busque el cine del futuro, no le bastará
con ir al cine. Tendrá que ir a ver cine ‘expuesto’.
–Las 'hibridaciones' son imprescindibles para entender
el arte actual, que se nutre de íntimas relaciones disciplinares.
Eso mejora la expresión artística, pero, ¿no
puede también dar lugar a fraudes?
–Posmodernidad significa intertextualidad y pastiche, pero
también hibridación. El mestizaje no es malo, aunque
pueda asustar al purista. La sospecha de fraude es algo que acompaña
al arte moderno. La confusión de géneros, soportes
y discursos no sé si añade mayor riesgo de fraude,
pero es inútil añorar la pureza del modelo clásico,
como se hace en el cine. Un clásico es algo sancionado, no
materia de buen o mal gusto.
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