Críticas tras la derrota

La caída del frente oriental y la posterior rendición de Asturias llevaron al Gobierno a criticar con dureza a los responsables de la defensa del Principado. El informe del alto mando militar en la región reflejó, en cambio, la absoluta carencia de recursos con la que los asturianos fueron enviados a combatir

M. Gutiérrez

 
   Un miliciano se dirige al frente. / Constantino Suárez
   Archivo Municipal de Gijón
 

Casi dos meses tardaron las tropas de Franco en aplastar la resistencia asturiana. Más de lo que el alto mando mando nacional había calculado para un ataque al que destinó algunas de sus mejores tropas y el constante apoyo de la aviación alemana e italiana. Más incluso de lo que esperaba el propio Gobierno republicano, que abandonó el frente Norte para concentrarse en las batallas de Aragón y el centro de España. Pero el Principado, gobernado por autoproclamado el Consejo Soberano de Asturias y León que presidía Belarmino Tomás, decidió organizar una desesperada resistencia en la que ordenó emplear todos los hombres disponibles para afrontar la operación envolvente que lanzada desde Asturias y León había organizado el general Fidel Dávila, jefe del ejército franquista del Norte. 
Lo que el ejército sublevado había planteado como una operación relámpago se convirtió en un penoso avance a sangre y fuego por las montañas del Cuera y los Picos de Europa. Casi un mes tardaron las Brigadas Navarras en abrir la puerta oriental para avanzar hacia Gijón, donde se había trasladado la capital asturiana durante la contienda.

Para muchos historiadores, la resistencia planteada en el Oriente de Asturias superó el heroísmo. Sobre todo, por la desigualdad de un combate en el que milicianos poco o nada preparados para la lucha fueron enviados a primera linea ante soldados profesionales entrenados para la guerra en montaña. Muchas de las piezas de artillería destinadas al frente oriental fallaban, buena de la parte de la munición recibida no se correspondía con el calibre de la armas y numerosas unidades fueron diezmadas por la aviación franquista, sepultadas en sus posiciones, antes incluso de entrar en combate. “A los tres días de lucha, ninguna unidad conservaba más del 50% de sus efectivos”, cuantificó en su informe sobre la derrota el coronel Adolfo Prada, nombrado máximo responsable del ejército por el Gobierno asturiano. Tampoco oculta que algunos de sus batallones, desmoralizados por la falta de recursos, se declararon “en franca rebeldía” y abandonaron sus posiciones.

 
  Soldados cavando trincheeras en la línea del Sella.  /
  Constantino Suárez Archivo Municipal de Gijón
 

Perdida Asturias, el ministro de Defensa, Indalecio Prieto, incluyó entre las causas de la derrota la mala organización de la defensa por parte de sus principales responsables políticos. Prieto aseguró que los antagonismos entre partidos, las continuas intromisiones políticas en las decisiones del mando militar, el papel de unos comisarios políticos que se extralimitaban en sus funciones en el frente y la constante obsesión por buscar traidores tras los reveses en el campo de batalla se habían convertido en un lastre para la defensa de la región.

El Gobierno central se atribuía el mérito de haber logrado mantener abastecida de víveres a la población a través de El Musel y Avilés pese al dominio naval de los nacionales. También sostenía que la República había hecho llegar suficiente munición y cañones antiaéreos.
Sin embargo, su análisis sobre el papel del Consejo del Gobierno asturiano deja entrever un evidente resquemor. De él recordaba que asumió “por propia decisión todas las actividades políticas y militares del Norte”. Y a su juicio, los errores habrían comenzado por el repliegue de las tropas derrotadas en Santander, “que privó a Asturias de fuerzas de reserva indispensables para relevar a los luchadores que tenían que permanecer en las trincheras continuamente”. En sus reproches, llega a señalar que el Gobierno asturiano había permitido que se destinara demasiado personal a tareas auxiliares y administrativas en lugar de enviar más hombre al frente. El propio Manuel Azaña critica con dureza al que denomina 'Gobiernín Soberano'. “No se ha visto causa más justa servida más torpemente, ni buena voluntad tan fervorosa como la de los combatientes auténticos peor aprovechada”, dejó escrito en sus 'Memorias de Guerra' el presidente de la República.

 
   El Consejo Soberano que gobernó Asturias, en una
   reunión
 

No entra sin embargo en algunas de las drásticas medidas que las autoridades asturianas llegaron a adoptar. Entre ellas, declarar desertor a cualquier ciudadano que estando excedente como facultativo, administrativo u obrero “no se presente a las tareas de fortificación”. Más adelante se pidió a los oficiales que disparasen sobre cualquier combatiente que abandonase su posición. Y en un último esfuerzo desesperado anuló todos los certificados de exención para el combate que había concedido previamente. La dureza de estas decisiones no evitó que la desmoralización cundiera en los últimos días de los combates en la región. Las detenciones de supuestos desertores y traidores se se suceden, pero no evitan que hasta el 20% de los efectivos de algunas brigadas deserten antes de entrar en combate convencidos de estar siendo enviados a una guerra perdida.

 
   Evacuación de los heridos del ejército popular. / 
   Constantino Suárez. Archivo Municipal de Gijón
 
“La defensa fue numantina. Y no hubo ningún apoyo de la República”, sostiene el investigador Luis Aurelio González, quien considera la batalla del Oriente de Asturias fue mucho más importante que otras con mayor repercusión historiográfica como Brunete o Belchite. “El norte se fijó un deber  y lo ha cumplido: luchar siempre desgastar al enemigo como objetivo y razón de su lucha para reducir las fuerzas del contrario. Y así, cuando el enemigo pasó de Bilbao, continuó su lucha, cuando pasó de Santander, se siguió luchando, y alcanzó el máximo ascensional de la curva heroica en el Mazuco, en Machamedio, en Peña Buján, en Tarna, en el Ibeo y en el Fito”, proclamó el jefe del Ejército del Norte en su informe sobre la derrota