El galeón de Pedro Menéndez

El 'San Pelayo', un barco de carga artillado de tres palos, era la capitana de la flota que partió de Cádiz
J.F. GALÁN

Pedro Menéndez de Avilés zarpó de la bahía de Cádiz el 28 de junio de 1565 al mando de una flota de diez barcos y 995 hombres. El buque insignia, la capitana, era el ‘San Pelayo’, un galeón de la época, un cascarón en el que hoy pocos se atreverían a cruzar el Atlántico.

«Era un barco pesado y lento, dos o tres nudos, un barco de carga artillado», afirma Santos Yagüe Zapico, diseñador de la maqueta a escala 1:30 del ‘San Pelayo’, una pieza única donada al Ayuntamiento de San Agustín de La Florida, el paraje en el que Pedro Menéndez fundó el 8 de septiembre de 1565 el primer asentamiento europeo estable en lo que hoy son los Estados Unidos.

Según el equipo del Museo Marítimo de Asturias que llevó a cabo la investigación y el minucioso trabajo –unas 4.000 horas– tenía unas cuatrocientas toneladas de arqueo, 34,27 metros de eslora por diez de manga y tres palos más el bauprés, el que sobresale de la proa. El mayor medía 34,28 metros, el trinquete (el de proa) 26,74 y la mesana (popa) 21,40.

El ‘San Pelayo’ había sido construido en Guipúzcoa por un armador gallego siguiendo los cánones de la época y fue adquirido por Pedro Menéndez que, en virtud de las capitulaciones firmadas con Felipe II sufragó gran parte de la expedición. La obra viva, la parte sumergida, era de roble, salvo la quilla, de haya, y la muerta de pino, con elementos de nogal y abeto. Tenía tres cubiertas, la superior y dos artilladas que sumaban trece cañones por banda. Según precisa Santos Yagüe, dada la escasa altura de las cubiertas las portas se abrían de proa a popa, no de abajo arriba, como era habitual.

En cierta medida era un barco innovador. «El bauprés tenía una inclinación de 45 grados y la vela que montaba iba a un codo del agua. El palo mayor y el trinquete llevaban en su parte inferior una vela de boneta, para aumentar la superficie vélica con vientos favorables, y la de mesana era triangular, vela latina, más de gobierno que de fuerza. El timón se movía muy poco, veinte o treinta grados a cada lado, y las vergas de la mayor montaban una especie de hoces que se utilizaban para romper las jarcias de los barcos enemigos», explica Santos Yagüe, autor de un libro aún no publicado en el que detalla cómo era el ‘San Pelayo’.

En él se hacinaban sesenta y siete hombres de mar, dieciocho artilleros, un piloto, 317 soldados y veintiséis hombres casados con sus mujeres e hijos, colonos. Solo había tres camarotes, el de Pedro Menéndez, el del piloto y el de los oficiales. El resto dormía en las cubiertas de artillería, junto a los cañones, y en la bodega, por debajo de la línea de flotación, compartiendo espacio con pertrechos, animales vivos y el resto de provisiones. La dieta era muy pobre: bizcocho –una especie de pan recocido– tocino, garbanzos, arroz, habas, aceite, vinagre, vino y agua. Según el inventario firmado por Francisco Duarte, oficial de la Casa de Contratación, en el momento de zarpar el ‘San Pelayo’ desplazaba novecientas toneladas.



El resto de la expedición se repartía en los otros barcos. Tres eran chalupas, buques de escaso porte, unas diez toneladas, la ‘San Miguel’, la ‘San Andrés’ y la ‘Concepción’, cargadas con bastimentos, armas y municiones. Completaban la flota una galeota, la ‘Vitoria’, un bergantín, la ‘Esperanza’ y tres carabelas, la ‘San Antonio’, la ‘Concepción’ y la ‘Maestre Juan Ginete’.

Las dos últimas solo viajaron hasta Canarias, primera escala de la larga travesía, con el cometido de prestar aprovisionamiento hasta este punto. Entre todas embarcaban 821 soldados, cuatro clérigos presbíteros, 152 hombres de mar y dieciocho artilleros, más los colonos.

Escala en Canarias

Según narra Francisco López de Mendoza, capellán de la Armada, autor del diario de la travesía, la flota llego a Canarias el 5 de julio. «Allí estuvimos tres días rehaciéndonos de agua y leña. El domingo siguiente, ocho días del mes de julio, salimos de las islas ocho navíos de armada, en compañía de nuestro general, para ir en demanda de las islas de la Dominica, que son unas islas que están por conquistar».

Una fuerte tormenta dividió la flota en dos. El ‘San Pelayo’, que sufrió graves daños, y otro buque mas pequeño por un lado y los seis restantes por otro, uno de los cuales tuvo que regresar a Canarias. La ‘Vitoria’ se perdería en la costa de Guadalupe, y tras desviarse la carabela ‘San Antonio’ cayó en manos de corsarios franceses.

Finalmente el ‘San Pelayo’ y su acompañante llegaron a Puerto Rico el 8 de agosto, Pedro Menéndez decidió no esperar al resto de la escudara. Se hizo con tres nuevos navíos y una semana más tarde los cinco partieron rumbo a Florida a través de una ruta nunca antes seguida, dada su dificultad.

Avistó tierra el 25 de agosto, y el 28 la flota llegaba a un ensenada, San Agustín. «Estando harto fatigados y yo cansado de rezar y pedir a Dios y a su Madre remedio de tiempo para salir de aquella fatiga, como a las dos de la tarde proyectó Dios su misericordia y nos envió un temporal tan bueno que luego con todas velas nos venimos a juntar con nuestra capitana (el ‘San Pelayo’). Esa misma tarde reconocimos tierra. Se fue allegando para ella, y surgió un legua de tierra, y hallámonos en la mesma Florida, y no lejos de nuestros enemigos», narra López de Mendoza.

El día treinta «cincuenta arcabuceros metiéronse tierra adentro, y cuatro leguas de allí dieron con un pueblo de indios, de los cuales fueron bien recibidos». El 1 de septiembre Menéndez de Avilés «salió a tierra para donde los indios estaban, y llevólos muchas cosas para ganarles la voluntad».

La escuadra se hizo de nuevo a la mar. El día cuatro descubrió a cuatro navíos franceses, y tras un enfrentamiento sin mayores consecuencias regresó a San Agustín. Era el sábado ocho. Ese día Pedro Menéndez de Avilés tomó posesión de aquellas tierras en nombre de su majestad, bautizándolas solemnemente con el nombre de San Agustín.

Tras un breve descanso, el lunes 10 se puso en marcha a pie al frente de una tropa de quinientos nombres hacia Fuerte Caroline, en lo que hoy es Jacksonville, para enfrentarse a los hugonotes.