La misión: reconquistar La Florida

El rey Felipe II encargó a Pedro Menéndez expulsar de la península a un grupo de franceses hugonotes que se habían asentado en la zona
JOSÉ ANTONIO CRESPO-FRANCÉS

Pedro Menéndez (Avilés, 1519) fue un niño rebelde que se escapó de una casa en la que no pudo ser retenido, ni siquiera cuando se convino su matrimonio. Siendo un joven se gastó cuanto tenía para armar a su costa una nave en corso que frenase las acciones francesas que sembraban el terror en las costas cantábricas, y llegó a ser un experto navegante, con un conocimiento detallado, práctico y profundo de vientos y corrientes, tanto en el golfo de Vizcaya y canal de Flandes como en el Atlántico sin haber asistido a la Universidad de Mareantes, tal como se refleja en sus cartas donde explica la mejor forma y manera de atacar Inglaterra y defender el itinerario por el canal de Flandes, la navegación por el Escalda hasta Amberes.

Su gran experiencia y el ganarse en respeto y favor real de forma sincera, lejos de significar una ayuda en su carrera significaron un pesado lastre por las envidias que despertó al ser nombrado capitán general directamente por Felipe II para ir a las Indias. Ya en 1548, cercano a la treintena, se había hecho un nombre recibiendo cédula del emperador para hacer el corso en el Cantábrico prestando servicios y realizando viajes con el emperador Carlos y Felipe II tanto a su boda con María de Inglaterra como a Flandes, además de conducir exitosamente las naves de las lanas desde Santander la Medialburque. La gran mayoría de los relatos ignoran o pasan por alto otros episodios como el, muchas veces ignorado, de su captura por corsarios franceses en el Caribe en 1552 y el pago del rescate en Santiago de Cuba de 1.098 pesos en oro por su libertad y barco, lo cual no significa ningún desdoro en su brillante hoja de servicios.

La labor de Menéndez en La Florida, donde expulsó a los hugonotes que se habían establecido allí, ha sido muchas veces desdibujada por los relatos franceses. Definido como un simple contratista o emprendedor se ha dejado de lado por parte de la historiografía la parte más importante de su personalidad, como fue su visión y percepción de la expansión hispánica.

El Adelantado tuvo que sobreponerse, desde un principio, a numerosas trabas y dificultades en el cumplimiento de la misión. Estas nacieron, en primer lugar, en la propia península, como consecuencia de haber sido designado para la misión directamente por el rey, lo que provocó las reticencias y celos de los oficiales de la Casa de Contratación que hasta entonces habían tenido el privilegio de ser los responsables del nombramiento de los generales para la Carrera de Indias. Y se complicaron después por la amenaza de las potencias extranjeras que quisieron apoderarse de un territorio de un interés estratégico clave para la seguridad de la navegación en el Caribe.

El éxito, al menos parcial, de Pedro Menéndez en el asentamiento y poblamiento de la Florida residió en el planteamiento de unos objetivos lejanos. Estos no se centraron exclusivamente en la península de la Florida: se empeñó en buscar el enlace terrestre con Nueva España, desde Santa Elena a Zacatecas, también desde Pánuco hacia la Florida con el propósito de crear nuevos asentamientos; e igualmente incentivó, una vez conocido el tornaviaje de boca de Urdaneta en la entrevista que mantuvieron en Cuba cuando éste iba de regreso para relatar al emperador su tornaviaje, la búsqueda de un paso del noroeste hacia el mar del Sur. Es cierto que todos estos planes fracasaron, pero por su visión lejana y en profundidad facilitaron la ampliación del territorio, la exploración, poblamiento y asentamiento definitivo en la Florida.

Los planes

Al Adelantado no se le puede tildar de autoritario o despótico si lo comparamos con otros capitanes europeos de su época. Menéndez actuó con liberalidad siempre que pudo y en sus decisiones siempre trató de convencer, nunca vencer, usando de los consejos de oficiales para exponer sus planes y tratar que sus mandos interiorizaran sus designios, que pasaban por asegurar las posesiones españolas en aquella parte del Nuevo Mundo, amenazada, por su valor geoestratégico, por las naciones tradicionalmente enemigas de la monarquía hispánica, Francia e Inglaterra, y en donde el componente confesional fue no poco importante.

Por otra parte, si evaluamos fríamente, casi cinco siglos después, el suceso de la expulsión de los franceses, cabe preguntarse si hubiera sido posible otro desenlace: si al muy superior número de supervivientes náufragos franceses se les hubiera liberado y permitido costear hacia el norte hasta reunirse con los suyos en Fort Caroline, ¿qué habría sido del enclave de San Agustín, en fase de construcción, sin fortificar, y con un muy inferior número de colonos, en el caso de una victoria de los hugonotes? Ni unos ni otros contaban con hombres, provisiones y medios para mantener un campo de prisioneros. Cualquiera que hubiese sido el vencedor en el lance, el resultado habría tenido, seguramente, los mismos trágicos resultados.